La zurda adiestrada



Un día volvió a la vida. Aquel muchacho sin esperanza se levantó de la cama, fue hacia el espejo y miró su cuerpo. En ese momento se dio cuenta de que ‘no le faltaba una mano’ sino que ‘aún le quedaba otra’.

Karoly Takacs era todo un experto en el manejo de las armas. Antes de cumplir veinte años, se enroló en el ejército. En 1938, cuando tenía el grado de sargento, un golpe inesperado lo marcó para siempre. Takacs enfrentó su más duro ‘mano a mano’ con la vida cuando la explosión de una granada se llevó su ‘diestra’ y con ella toda su destreza, su puntería y todos sus sueños. Permaneció durante un mes en el hospital sumido en una profunda depresión. La herida aún dolía. Dolía muy fuerte y muy adentro. Su alma estaba partida por la impotencia, por todos esos sueños rotos, por esa mano perdida.

El sonido de las balas llenaba de esperanza a aquel hombre que dedicaba horas a su entrenamiento. El bosque se había convertido en el lugar que vería renacer sus sueños. Los cartuchos gastados eran la evidencia del esfuerzo de Takacs por ‘adiestrar’ su mano zurda. Intentando volver a ser quien alguna vez fue.

Un año más tarde, el húngaro volvió a la competencia. Formó parte del equipo de tiro que ganó el oro en el mundial de 1939. Tuvo que esperar nueve años para que su sueño se haga realidad. Las Olimpiadas volvían en 1948 después de doce años, luego de estar suspendidas debido a la Segunda Guerra Mundial. Londres sería la ciudad que acogería a todos los deportistas más destacados del mundo, entre los que estaba Karoly Takacs, representante de Hungría en la disciplina de tiro. De esta manera, ya con el grado de capitán del ejercito húngaro, Takacs le demostraría a todo el mundo de lo que era capaz.

El día de la competencia había llegado. Carlos Enrique Díaz Sáenz era uno de los participantes. El argentino era el último campeón del mundo y con el mejor récord en la disciplina. ¿A qué has venido? Le preguntó. “He venido a aprender” respondió Takacs. El momento más importante de su vida estaba frente a sus ojos. Cogió el arma con la única mano que tenía, tomó un poco de aire, afinó la puntería y jaló el gatillo. Y alcanzó la gloria. El húngaro consiguió la medalla de oro. Karoly Takacs no podía creer lo que estaba pasando. Muchos recuerdos se le pasaron por la cabeza. Recuerdos como el de la primera vez que cogió un arma, como el de sus primeras competencias, como el del día de la explosión. Recuerdos como el de aquel día en el que la vida le dio ‘la mano’.